DOÑA ROSA

            -Dile a tu madre que te ponga sostén, que se te están separando los pechos y se te mueven mucho al andar.
            Es doña Rosa, la madre de mi mejor amiga del bachillerato. Dice esto mientras me palpa las tetas. Examina las dos pequeñas protuberancias como quien toca los tomates en la verdulería, por ver si están ya maduros para la ensalada. Y a mí me sube el calor a la cara y deseo estar fuera de su alcance. La odio con toda la pasión de mis doce años.
Ella tampoco me tiene simpatía. Asegura que soy “Antoñita la Fantástica”, aunque yo no me llame Antonia. Y en su voz hay un tono de desprecio cuando lo dice.
Su hija nunca ha sabido inventar cuentos.

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