LA VOZ

Nunca fui tu costilla
ni hueso muerto que no necesitases.
Mi cambiante esqueleto,
las líneas de mi rostro                    acumularon vivencias y genética,              resultados históricos 
de aquellos otros que me precedieron
y cruzan por el puente de mis aguas.

Destello único de caminar preciso,
por senderos de luces y de sombras,
tropecé con tu voz.
Provocó su sonido en mí una danza
cual en reptil la flauta cadenciosa.
Y se borró mi origen, mi ADN.
La miel de tus palabras
destiló su veneno por mis venas,
desubicándome, dejándome
sin alma y sin estirpe,
ausente de mi misma y de mi casta.
      
Mas el tiempo sepulta con su losa
la melodía más embrujadora;
también la que salió de tu garganta.
Ahora sólo el silencio
me ofrece su refugio en pentagrama alado,
sobre atriles de nubes,
y acomoda mi ritmo a los acordes
de un amoroso adagio.

 Y vuelvo a ser molécula divina
 sola, metamorfósica viajera,
 en busca de la Voz que me susurra
 delicias,
 disueltas en el lecho de mis aguas.

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