MUERTES ROBADAS


Me robaron la muerte una madrugada.
Acechaba la peste en los cementerios
cuando me encontraron.
Los ángeles dormían
y la luna cerraba sus pupilas al miedo.
Miles de humillaciones se arrastraban por los arrabales,
revestidas de invierno.
Perseguí a los ladrones
y hallé óbitos ajenos que me quedaban grandes.
Y fui muerto sin muerte, cadáver sin sudario que ponerse.

Hoy me han amanecido las fronteras
sin una sola nube.
El cielo azul ha descendido un poco
y la esperanza ha vuelto.
La empujan cisnes blancos,
que dibujan mi nombre en lápidas de agua.



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