EL MISTERIO 




Nadie supo explicarme qué fue esa luz ardiente
que iluminó mi alma y convirtió mis venas escarlatas
en una espesa esencia de color esmeralda.

Nadie supo explicarme el vuelo de unos pájaros
instalados de pronto en el garaje
ni el dulce olor a rosas de una fonda gallega,
ni el tenue levitar tras unos besos,
ni los ojos llorosos de una mujer velada
en un patio desierto de la Alhambra.

Nadie supo explicarme
por qué surgió el amor en un vistazo,
y se hundió en el olvido con una simple frase.
Tampoco se me aclara
quién escribió una frase de trasfondo lorquiano
en una estrecha tira de papel.
No hay quién explique el júbilo del niño,
ni la desolación de los suicidas,
el estremecimiento de la piel al roce de unos dedos
o el odio repentino que enturbia las ideas.

Momentos enigmáticos
que se graban a fuego en los sentidos,
donde el fin y el principio
son tan solo veleidades semánticas.

Inútil el discurso donde el misterio asienta su morada.

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