WALT WHITMAN

          Hoy, antes del alba, he subido a una loma para ver las estrellas que brillan en el cielo.
          
          Y le dije a mi alma: "Cuando abarquemos todos esos mundos y el saber y los goces que encierran, ¿estaremos al fin colmados y contentos?"
           
          Contestóme mi alma: "No; cuando hayamos llegado a esas alturas, habrá que ir más allá."

         
NACIERON A LA VEZ

           Nacieron a la vez. 
         Separadas por una cortina, dieron a luz sus madres en el mismo quirófano. La niña lloró unos segundos antes, pero ambos abrieron los ojos al tiempo. Paula la llamaron a ella, a él Pablo. Dos años más tarde coincidieron en la misma guardería. Compartían sus peluches y cuando uno de los dos lloraba, el otro le imitaba como si el sentimiento fuese mutuo. A veces se encontraban, acompañados por sus padres, en metro o autobuses y se miraban con curiosidad y sin intercambiar palabra. 
           A los quince años se descubrieron al borde de una piscina pública. Paula llevaba un sucinto biquini rojo, Pablo un bañador con dibujos marineros. Inmóviles y rodeados por sus respectivos amigos, se acariciaron con la mirada hasta provocar las risas de todos. Paula se tiró al agua para disimular su turbación, Pablo prefirió volver a casa con una extraña sensación de amargura. 
               Muy a menudo se cruzaban por la calle o se sentaban en la oscuridad del  mismo cine sin ser conscientes de ello. Pero cuando estaban tan cerca, los dos se sentían violentamente desorientados, hasta el punto de perder la noción de la realidad. 
              Cuando tenían treinta años sus parejas los presentaron en una cena de empresa. Ni ellos mismos lograron recordar que ya se habían visto repetidas veces y de manera fugaz. Pero, mutuamente sorprendidos, se reconocieron como antiguos amantes. Percibieron que lo sabían todo del otro, que conocían sus cuerpos respectivos porque los habían recorrido mil veces con sus besos. Fingieron saludos corteses y, ausentes de lo que les rodeaba, soñaron con húmedos abrazos en mundos enigmáticos.
               No dejaron pasar la ocasión. Quedaron por la noche en un restaurante a las afueras de la ciudad. A la luz de las velas se devoraron con los ojos y se confesaron su amor. Pero ignoraban quiénes eran y por qué les unía aquel sentimiento. 
              Los años transcurridos no tenían sentido y decidieron huir juntos. Paula olvidó su coche en el aparcamiento y emprendieron el viaje en el de Pablo. Apenas habían recorrido veinte kilómetros cuando un camión los arrolló.     
                Abandonaron la vida a la vez. 
                "¿Quieres morir conmigo?", preguntó Paula mientras salía de su cuerpo. Él sonrió feliz, se elevó con ella y la luz de los dos, al unirse, formó nuevas galaxias.
                 Y entonces, sólo entonces, lo entendieron todo.

               


                              EL CEDRO COMO YO

Los días han caído desde entonces,
Hojas de un calendario.
Mi cedro permanece inconmovible,
Luminoso estallido de un segundo.
Él se acuerda también, estoy segura,
Mas no atiende a preguntas.
Sólo agita sus ramas con el aire,
Como agita la vida el pensamiento.
Contempla quieto incendios estivales
Como yo las pasiones de los hombres
Y el aullar de los perros le estremece
Como a mí la nostalgia,
La crueldad,
El presagio de las limitaciones,
El desamor, la soledad, la ausencia,
El hambre de respuestas.

Mi cedro sabe que mi identidad
Fue suya una mañana.
Compartimos la hoguera incandescente
Que hizo brillar todos nuestros fluidos.
A él su savia esmeralda.
A mí, sangre escarlata.
Con el mandato de “Hágase la luz”
Sus miembros verdes y mis huesos cansados
Se fundieron en un solo latido.
¿Milagro de la vida?
¿Desafío a la física?
¿Vértigo ascensional?
¿Huida del averno hasta lo etéreo?
Mi cedro y yo callamos.
El silencio
Es la única respuesta a lo intangible.
Y en los días de sol
Él inicia un aplauso con sus ramas,
Yo levanto los ojos a su cúspide
Y los dos,
Prendidos del recuerdo,
Esperamos que vuelva aquel momento
En el que el tiempo abrió la puerta al infinito.






SIN PATRIA

No he tenido más patria ni bandera
que la que hacen los míos.
¿Que quiénes son los míos?                  
Un gentío agolpado ante las puertas
de pueblos coronados de oropeles,
ciegos ante el horror y la miseria.

Los míos son ese niño tan triste
que esnifa pegamento en una esquina,
esa muchacha impúber que se ofrece
semidesnuda en una noche fría,
ese soldado destripado, inmóvil,
abatido por balas asesinas,
los hambrientos, los que huyen,
los que no saben pronunciar mentiras.

Y mi patria es el mundo.
Un mundo envenenado y casi yerto,
la pobre tierra que llora su exterminio,
deshaciéndose al ritmo del progreso.




MARIO BENEDETTI





Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz 
aunque no tenga permiso


si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos. 



EL PADRE

      La medium coge sus manos y ella cierra los ojos. No cree en videncias ni aparecidos, pero su amiga ha insistido tanto. Su amiga tenía una tienda de antigüedades y, una vez cerrada, ha reunido en aquella habitación lo que nunca pudo vender. Abundan las pilas de agua bendita de todas las épocas y estilos. De cerámica con pequeños ángeles azules y vírgenes blancas, o de plata con crucifijos abollados. Hay una enorme de mármol con extraños símbolos y otra sorprendente con un hombrecillo tocado por un gorro frigio, aunque es posible que sea una tosca aureola. También hay albarelos de farmacia, figuras de bronce, casi todas femeninas, y bibelots de dudoso gusto. A ella no le extraña que nadie comprara aquellas cosas. Se le antoja un cementerio de objetos inservibles.

           Las dos mujeres están sentadas ante una mesa camilla con faldas estampadas de flores, en medio de la caótica almoneda. Apenas iluminadas por el sol moribundo de la tarde, que se filtra a través de una estrecha ventana. Huele a incienso. La vidente pregunta ¿qué ves?, como si fuera tan sencillo ver algo. Hay una nada negra ante los ojos cerrados de ella, que respira hondo. Intenta colaborar en el experimento, aunque tal vez experimento no sea la palabra adecuada.

          Los minutos pasan. O quizá no. Quizá el reloj del mundo ha dejado de funcionar, ella no puede saberlo. De pronto, donde antes no había más que oscuridad, surge una luminosa playa. Se ve a sí mismasentada en la arena, frente a un mar tan calmo que parece pintado. Sin embargo las olas, a unos centímetros de sus pies, acarician el suelo con timidez. Se dice, sorprendida, que el lugar creado por su conciencia es un paraíso. A lo lejos se acerca un hombre. No distingue su rostro, pero sí su alta figura y su caminar solemne, como si flotara sobre el suelo. Le recuerda a Henry Fonda en alguna de sus películas, qué absurdo. Y sin saber por qué, percibe su presencia como entrañable, aunque no logra recordar dónde lo ha visto antes. Tiene la sensación de que la medium ha repetido ¿qué ves?, y ella, en susurro para no borrar el mundo rescatado de su interior, narra la escena. 
   
            Es el padre, afirma la vidente, y su voz le llega de muy lejos, del extremo de algún otro universo. ¿De qué padre habla? No, no es su padre, pero se recuesta en el recién llegado con un gesto familiar, perdido en el laberinto de su memoria. Él rodea con un brazo sus hombros y ella se siente dichosa, protegida. Como una niña devuelta al hogar del que fuera bruscamente apartada. Arranca el sol de las olas mil destellos y el rumor del mar arrulla el silencio. No es que el tiempo haya dejado de funcionar. Es que en ese mundo nunca ha existido el tiempo.


          Cuando él se aleja, ella abre los ojos, sonriente, deslumbrada. La luz no ha cambiado. Sigue anocheciendo, aunque tendrían que haber pasado horas. La vidente ha soltado sus manos. Está llorando.                      




                ALICIA
 
                La verdad es que Alicia jamás había salido de las páginas del libro pero, cuando su hermana la llamó, se le ocurrió dar una vuelta por la portada antes de ir a tomar el té. Ahí se encontró con un tal Lewis Carrol, que en realidad se llamaba Charles. Era un joven, con melena y pajarita, bastante amable que la saludó como si la conociera de toda la vida.

             -Soy el autor - se presentó él.

            -No me gusta el capítulo de El mar de lágrimas - contestó Alicia, torciendo el gesto -. ¿No puedes cambiarlo?

            -Es que el libro no me pertenece ya. Está en la mente de todos los lectores. Han hecho hasta películas con la historia. No serviría de nada cambiarlo - hizo una pausa y preguntó muy sonriente -. ¿Qué es lo que no te gusta?

            -Eso de estirarme y estirarme. Y no ser capaz de recordar las palabras ni los poemas es una lata. Me has hecho llorar mucho.

            -Pero si tu llanto no hubiese creado el Mar de Lágrimas no habría historia. ¿Preferirías eso?

            Alicia lo pensó un momento. Bueno, en realidad el llanto había quedado atrás y además se sentía mucho más fuerte después de tanto gimoteo. Tuvo que dar la razón a Lewis. Dieron un paseo por la contraportada del libro, que tenía colores muy alegres, y se encontraron con el Conejo Blanco delante de una gran tarta de no cumpleaños. Pasaron un largo rato juntos, charlando y haciéndose confidencias, pero la hermana de Alicia insistía e insistía en que volviera. "¡Menuda siesta te has echado!", decía. Así que tuvieron que despedirse.

            -Vuelve cuando quieras - dijo Lewis -. Yo siempre estoy aquí.

            Alicia le dio un beso antes de irse. Era una suerte haberlo encontrado.