LA DAMA DE SHANGHAI



         La otra noche volví a ver La Dama de Shanghai. No es la película que más me gusta de Wells, pero es incuestionable que la mano del genio aparece continuamente en planos y encuadres, rozando el esplendor en la famosa secuencia de los espejos. Era ya muy tarde y la he visto tantas veces que creo que me quedé dormida justo antes de llegar al inquietante parque de atracciones. Prefiero pensar que fue un sueño porque si no es así resulta más bien preocupante. 
            El caso es que andaba yo por allí, de noche, entre atracciones polvorientas e inmóviles con una pregunta rondando en mi cabeza: ¿Qué hago en este sitio en bata y zapatillas? No me gustan las norias ni las montañas rusas, tengo vértigo, pero nunca resistí la tentación de entrar en La Casa del Terror o en el Tren de la Bruja. No veía esas atracciones por allí y lo más parecido era la Sala de los Espejos, frente a la que me encontré sin darme cuenta. Menos mal que no había que pagar porque no llevaba dinero encima y, ya que había conseguido vivir dentro de la fantasía, entré para ver como acababa la historia. 
             Entonces la vi a ella con el traje de noche negro, ciñéndose a su cuerpo perfecto, las ondas impecables de su cabello rubio, los guantes de encaje, el cuidado maquillaje. Y a su lado Orson, formidable, desmedido, proclamando a las claras su inevitable y futura obesidad. Ambas figuras multiplicadas hasta el infinito en los espejos. Bueno, y la mía, claro, con aquella pinta... Solo faltaba el marido, el malévolo abogado de los bastones.
             -I want to get out of here! - gritó Rita.
         Me miraba a mí. Le dije en español - mi pronunciación en inglés deja mucho que desear - que estaban allí porque así terminaba la película. Luego, un poco avergonzada, les pedí que disculparan mi atuendo totalmente inadecuado.
          - I want to get out of here! - repitió Orson a su vez, bastante enfadado. Mi aspecto parecía traerle sin cuidado.
        Era una situación bastante embarazosa. ¿De dónde querían salir? ¿Se referían al parque de atracciones, al rodaje, o simplemente a los espejos? Y entonces me di cuenta. Yo me reflejaba junto a ellos, pero en el plano real mis pies no existían. Busqué inquieta mi cuerpo y también era invisible. ¡Había desaparecido! Sin embargo, los incontables Orsons, Ritas y señoras en bata y zapatillas brillaban con luz propia en los espejos y me miraban con la angustia reflejada en sus rostros. 
               No había alternativa. Di un paso al frente y entré en el espejo. 
               Sólo así volví a verme.



LA PALABRA

     Dicen que en un principio todos los hombres hablaban la misma lengua y decidieron construir una gran torre que llegase hasta el cielo. Supongo yo que sería para resolver el enigma de Dios, cuya solución ha sido siempre bastante esquiva. Con un "fiat" la Gran Madre había construido el universo en su seno. Una simple palabra configuró estrellas y planetas, ordenó las galaxias, hizo brotar las fuentes y cascadas, y en los días de estío dio fragancia a las flores y voces a las aves. 


    Todo iba bien pero poco después aquello, que parecía tan sencillo, comenzó a complicarse.

     Un personaje llamado Yaveh, con un talante más que discutible, se sintió atacado en su alta dignidad por 
semejante empresa. Se consideraba un dios único y, como los grandes poderes están reñidos con la transparencia, no le gustaba a él que hurgaran en sus cosas. Paralizó la empresa, haciendo que surgieran mil lenguajes y ahí empezó el problema: Nadie conseguía entenderse y la torre quedó abandonada. La llamaron Babel, que más o menos significa confusión en hebreo y ahí seguimos sumidos.

      Algunos aseguran que así empezó la guerra porque no había manera de concertar las citas ni ponerse de acuerdo en lo que cada uno tenía que comer. "Este es el límite de mis tierras", decía un aldeano y el vecino entendía "te voy a borrar del mapa". O bien "necesito tu ayuda", que el otro traducía "no me gusta tu cara, forastero".

    Y, aunque parezca imposible, la cosa se enredó todavía más. En la actualidad, en un mismo idioma, surgen vocablos que despistan del todo al ciudadano. A privatización se le llama externalización, en lugar de recortes se dice reformas, en un tiempo no muy lejano desaceleración ocultó la palabra crisis y la expresión "marca España" encubre que pertenecemos a un simple mercado, cuyo único fin es el dinero.

      Espero que Yaveh, a estas alturas, se haya arrepentido de haber confundido las lenguas.
               


CUESTA UNA PASTA

Cuesta una pasta, escucho.

Cuesta una pasta.
Todo cuesta una pasta en este mundo,
Cuesta una pasta el arte,
La amistad,
Cualquier don que antes era regalado.
Los papeles, pasaportes y timbres
Que hacen legal a un hombre.
El amor,
La inocencia,
Dignidad,
O una segura senectud en calma.
La atención en la muerte y el respeto
Cuestan siempre una pasta.
Huyó la gratuidad a un universo
Repleto de fantasmas.

No sé yo si también la fantasía,
El vagar de una mente ensimismada,
El idear mil sueños imposibles
Terminarán costando en el futuro
Una pasta como tasa obligada
De lo inútil.



AL PRINCIPIO YO FUI

Al principio yo fui un almohadón de miraguano.
¿Cómo se va a llamar?
preguntaban algunos,
poniéndole la mano en la barriga.
Y ella, en tenue susurro, pronunciaba
mi nombre,
un poco avergonzada,
porque nunca se ha visto
que algún cojín tuviera identidad.
Y mientras en las sombras yo esperaba impaciente
sin saber ni siquiera que había llegado al mundo.
La Vida es caprichosa y no atiende a razones.
Tal vez en el futuro yo estaba destinada
a servir de reposo
para mentes borradas, sumergidas
en el tenaz olvido de uno mismo.







LA MENTE

        
             La mente es aquello de lo que el ego es inconsciente. Nosotros somos inconscientes de nuestras mentes. Nuestras mentes no son inconscientes. Nuestras mentes son conscientes de nosotros. Pregúntese a sí mismo quién es el que - o qué es lo que - sueña nuestros sueños. ¿Nuestras mentes inconscientes? El Soñador que sueña nuestros sueños conoce mucho más de ellos que nosotros mismos. Sólo desde una posición singular de alienación puede experimentarse como "Eso" el origen de la vida, la Fuente de la Vida. La mente de la que somos inconscientes es consciente de nosotros. Somos nosotros los que estamos fuera de nuestras mentes. No tenemos por qué ser inconscientes de nuestro mundo interno, (pero) la mayor parte del tiempo no nos damos cuenta de su existencia.

R.D. Laing



LA MUJER DEL TIEMPO



      Ayer conocí a la mujer del tiempo. Sé que era ella porque, antes de verla, recibí una llamada de teléfono y una de esas grabaciones que te piden que pulses números me dijo que me estaba esperando en la plaza del pueblo. La curiosidad me pierde e inmediatamente me dirigí al lugar convenido. La verdad es que no la había visto nunca, no salía en ninguna de las cadenas de televisión y ni siquiera tenía el aspecto de las chicas que desempeñan esa tarea. Parecía contar más de sesenta años y debía de haber estado guisando. Lo digo porque llevaba un delantal lleno de manchas de harina, cubriendo un sencillo jersey y unos pantalones de chándal. Me llamó por mi nombre, como si me conociera de toda la vida,  y nos refugiamos las dos bajo mi paraguas porque llovía a cántaros.
      - Perdona que venga así. Es que estoy haciendo rosquillas - dijo, ratificando mi primera impresión.
     - No deja de llover - observé -. ¿Van a seguir afectándonos las borrascas atlánticas?
          Para mi sorpresa, me contestó que ella no entendía de borrascas, no era lo suyo, que quería hablarme del final de nuestro tiempo. Como me veía preocupada por corrupciones, banqueros acaparadores e injusticias sin fin, quería tranquilizarme.
         - El agua lo limpia todo y es necesaria mucha agua para que desaparezca lo que habéis organizado.
       Ante mi sorpresa, porque yo no creo haber organizado nada, insistió en que todos habíamos contribuido de alguna manera a la situación que estamos viviendo y continuó diciendo:
         - Que no pare de llover es la señal de un cambio de era. ¿Recuerdas el diluvio?
            Bueno, recordarlo es más bien una figura retórica, pero le contesté que más o menos en todas las culturas se hablaba de un diluvio que había terminado con alguna civilización anterior. Ella asintió muy seria a mis palabras mientras miraba sus pies empapados, calzados con unas sencillas zapatillas de paño:
       - Efectivamente. Aquel diluvio acabó con la Atlántida. Y ahora te dejo porque voy a coger un buen resfriado con tanta agua. Además tengo que terminar las rosquillas. Debes estar tranquila. Esto se acabó.
        Salió corriendo sin darme ocasión de preguntarle qué es lo que se había acabado y desapareció. Decidí volver a casa y llamar al teléfono que me había informado de que ella me esperaba. Como de costumbre, me contestó una grabación y esta vez no me pedía pulsar ningún número. "Todas las líneas de empresas de telefonía están clausuradas" - decía -. "No vamos a vender nunca más productos telefónicos". Colgué, envuelta en la mayor de las confusiones. La mujer del tiempo no había mentido. Nuestro mundo, en verdad, había acabado. 
       Lancé un hondo suspiro. La lluvia golpeaba los cristales con más fuerza que nunca.

             
                


        Un conjuro contra el miedo que nos infunden los que pretenden paralizarnos:




EL MIEDO

                                                                                           Dulce María Loynaz


No fue nunca.
Lo pensaste quizás
porque la luna roja bañó el cielo de sangre
o por la mariposa
clavada en el muestrario de cristal.
Pero no fue: Los astros se engañaron...

Y se engañó el oído
pegado noche y día al muro del silencio,
y el ojo que horadaba la distancia...
¡El miedo se engañó!... Fue el miedo. El miedo
y la vigilia del amor sin lámpara...
No sucedió jamás:
Jamás. Lo pareció por lo sesgado,
por lo fino y lo húmedo y lo oscuro...
Lo pareció tal vez de tal manera
que un instante la boca se nos llenó de tierra
como a los muertos...
¡Pero no fue!... ¡Ese día no existió
en ningún almanaque del mundo!...

De veras no existió... La Vida es buena.  


MI SOMBRA


         No tenía nada que dejarte en prenda y te dejé mi sombra. Al fin y al cabo tú me habías dedicado aquella poesía, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Ya sé que la sombra es algo muy personal, pero quería que me recordases y no se me ocurrió otra forma. Tardamos mucho tiempo en volver a encontrarnos. Yo me sentía extraña sin llevarla a mi lado. En mis paseos, en los días de sol, algunos transeúntes me paraban. "Se ha olvidado la sombra", me decían, y decidí buscarte.

          La llevabas a rastras, sin ocuparte de ella. Estaba sucia, desmejorada, triste. Mi sombra siempre había sido optimista y de aspecto impoluto. Cuando me vio, toda la gama del arco iris la recorrió de los pies a la cabeza. Era su manera de manifestar la alegría. Al fin y al cabo nacimos a la vez y nunca nos habíamos separado. 

       Tardó en recuperarse. Pregunté por ahí y nadie supo darme razón de un médico de sombras. Suele ser muy difícil de encontrar. 


      Por eso quiero dejar un aviso para navegantes: Ningún amor, por embelesador que pueda parecer, debe privar a nadie de su sombra.




LA PRIMAVERA
           


       Ha estallado la primavera. Como una dulce venganza contra recortes,  amenazas miserables y presagios apocalípticos, ha desplegado en los campos alfombras multicolores y ha reventado de flores los cerezos. Hay un silencio casi sagrado, únicamente roto por los trinos de los pájaros, que no entienden de solemnidades y que celebran la luz y la huida del frío. Quizá son las plantas y las aves las que han encontrado la verdad, las que viven el "relámpago de la revelación", como llama Herman Hess a la experiencia mística. Ese no razonar, no juzgar, no calcular, solo experimentar, es lo más parecido al éxtasis.
           
            En esta soledad no hay pasado ni futuro, sino presente. El tiempo, esa losa pesada que nos separa de la realidad, se ha refugiado en otro universo, en un mundo creado por el pensamiento, por los miedos, por la nostalgia y la espera. Un mundo que ha creado el bien y el mal, la codicia y la generosidad, dioses y diablos, la vida y la muerte. Todos esos opuestos que maniatan al hombre en un estrecho cubículo. Un mundo fantasmal, sin duda, habitado por espectros y totalmente prescindible. Y aunque ese mundo viva en mi interior, esta mañana de primavera quiero darle la espalda. 

            Huele a salvia, a romero, a tomillo. Inspiro, expiro. Lentamente. 
    
          Y mis pupilas se tiñen de mil colores. Y me doy cuenta de que también yo soy prescindible. Y dejo atrás  mi nombre, mi ADN, mi anécdota.
                   
             Y en el púrpura de una humilde amapola, soy eterna.
    

EL DESIERTO


      Caminando por un inmenso desierto, bajo el sol abrasador del mediodía, lo encontré. Él tampoco entendía lo que hacía allí, pero me esperaba. Yo había soñado con sus ojos muchas veces, me habían hablado de él entre los paños multicolores de zocos árabes y en las nevadas montañas del Tibet. En un local de jazz de Manhattan, un trompetista tartamudo pronunció su nombre entre risas y en la Pirámide del Sol de Teotihuacan me preguntó por él un turista despistado. 
         
        Y sin embargo, aunque yo también le esperaba, mi sorpresa fue mayúscula porque jamás supuse que lo encontraría en un lugar tan inhóspito. Después de transitar distintos universos, donde me sentí extranjera tantas veces, después de buscar sin éxito su rostro entre la multitud, el azar nos reunía en medio de la nada. 
       
        Para reconocerme, sus manos recorrieron mi rostro como un ciego y mis labios mordisquearon las yemas de sus dedos para probar su sabor. Y se logró el milagro. Sin ocultarse el sol, una lluvia fresca nos empapó y, ocultos por un vaho sutil, creamos un nuevo mundo con nuestros besos. 
       



HERMAN HESSE


 "- Soy viejo, en verdad- repuso Govinda -, más no por ello he cesado en mi búsqueda. A veces creo que mi destino sea buscar sin descanso. Tú también has buscado; ¿quieres decirme algunas palabras, Hombre Venerado?
Siddharta respondió: -¿Qué podría decirte yo, oh Venerable?... ¿Que buscas demasiado? ¿Que es a fuerza de buscar que no encuentras?
-¿Cómo?
- Al buscar- continuó Siddharta-, ocurre fácilmente que nuestros ojos solo ven el objeto que perseguimos. Por ello, porque todo lo demás es inaccesible a nuestros ojos, porque solo pensamos en aquella meta que nos hemos fijado, ésta nos posee por entero y nos hace imposible encontrar. Quien dice buscar, significa un fin. Pero encontrar es ser libre, estar abierto a todo, no tener fin determinado alguno. Tú, Venerable, sin duda buscas en verdad, pero la meta que tienes ante tus ojos y tratas de alcanzar te impide justamente ver lo que muy próximo a ti se halla.


LA IDEA

La idea nunca acude cuando hurgas en tu mente.
Posee una vida propia, voluntad de existir.
Se presenta de pronto sin que tú la reclames
Y se impone despótica sin darte una razón.

Sin tu ayuda elabora paraísos soñados,
Paisajes luminosos, suertes disparatadas,
Ignotas ambiciones y mensajes prohibidos,
Un desfile incesante de seres no inventados.

La idea aunque presente a veces se te esconde.
Juguetea contigo, te pone pistas falsas.
Te hace creer autor no siendo más que escriba
Y en un solo momento te sepulta en la nada.

Y aunque en lo conocido existan jerarquías
Resultará imposible buscar para ella un sitio.
Su rango es superior y no te pertenece.
Quizá tú sin saberlo seas su propio hijo.



           Es la mente la que crea el nacimiento y la muerte. La vida no conoce ni principio ni fin. ¡No hay vida que pueda morir! El que medita sobre la realidad manifestada por esos fenómenos puede conocer la verdad; si no, la Energía cósmica, o Inteligencia Universal, quedan para siempre como una noción abstracta o un concepto esotérico que es grato intercalar en una conversación esotérica, sin más.

Jean Bouchart d'Orval