sorprendentemente

                              A SAN JUAN DE LA CRUZ

(Entréme donde no supe/ y quedéme no sabiendo/ toda sciencia trascendiendo...)




Sorprendentemente
A ciegas
Entré donde entraste tú.
No había nadie, es verdad,
Pero el súbito relámpago de mil soles no creados,
La explicación sin razones,
El flujo de la existencia sin principio ni final,
Me hizo flotar cual ingrávida pavesa
Por la dicha de una mente
Que no conoce fronteras,
Por el amor del amigo que con los brazos abiertos
Coge tu leve equipaje,
Te cede un puesto en su mesa
Y te susurra palabras que jamás has escuchado
Para borrar tus recuerdos,
Diluir tu identidad,
Dar sentido al sinsentido,
Orden a la confusión,

Tu sangre en clímax gozoso
Se ha espesado en miel dorada
Y tú con él sólo Uno
Te resistes a volver.
Mas la vida te reclama,
Y aunque todo en derredor lance destellos de luz
Te sepulta,
Te desquicia,
Vuelve a colocar zapatos en tus alas
Y la oscuridad te cerca,
Ves al Amor alejarse en la cola de un cometa,
Pesa el cuerpo,
Duele el alma.
Y entre lágrimas de gozo,
Estremecida de asombro, inquieres ensimismada:
¿Pudo mi ego expandirse
y ser todo el universo?
¿Quién soy yo sin ti?
Ceguera.
¿Qué eres tú sin mí?
           Nostalgia.










 PARTÍCULA Y ONDA








Me tienen boquiabierta
las posibilidades de la física cuántica
y me hacen meditar en el albur insólito
en el que estoy inmersa.

¿Soy partícula y onda?


Si soy un universo conformado
por millones de átomos tangibles,
soy tierra y agua y aire,
soy llanto y carcajada
y nacimiento y vida
y muerte irrevocable al mismo tiempo.

Pero si además soy onda o parpadeo,
fantasía o proyecto,
capricho o afición
del inmortal mirón que me contempla
entonces su ojeada me convierte
en un fulgor eterno.  



Haruki Murakami



A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.




EVA

Yo vengo de muy lejos,
quizá por eso mismo
no reconozco el mundo en que me muevo.
Me queda algún recuerdo
de un jardín voluptuoso
y de un Adán apático
que pasaba los días a la sombra de un árbol.
Las estrellas eran huecos abiertos
y filtraban la luz del dramaturgo esquivo,
que editaba la vida.

Pero el aburrimiento me cercaba.

Era fácil salir del orbe placentero
que me daba cabida.
Bastaba con comer una simple manzana
que contenía un incompleto software
con prohibición implícita y letal amenaza.
Adán daba saltitos entre arbustos y riscos
sin plantear problemas a nuestro propietario.

Un fastidioso hastío me enervaba.

Compartí la manzana con mi tedioso amigo
que la engulló encantado,
aunque rápidamente me echara a mí la culpa:
calificó su error de involuntario.
Recuerdo vagamente a otra actriz del reparto.
Disfrazada de sierpe, reptaba a nuestros pies,
desgranaba promesas con su voz sibilante.
Nunca me convenció,
siempre me pareció sobreactuada.

Y aquí estoy, compañeros,
huyendo de funciones con trágicos finales.
Hoy cultivo el monólogo,
aunque el autor anónimo que me escribe los textos
no se muestre a mis ojos ni vise los contratos.



Mañana, mañana, mañana; 
así se cuela este paso presuntuoso, día a día,
hasta la última sílaba del tiempo que se recuerda;
todos nuestros ayeres han llevado a los imbéciles
por el camino de una muerte polvorienta. ¡Apágate, breve luz de la vela!

La vida no es más que una sombra que camina, un pobre actor
que pasea y tropieza cuando le llega la hora en escena,
hasta que no se le oye ya más: es un cuento
contado por un idiota, lleno de rumor y de furia,
y que nada significa.

William Shakespeare. (Macbeth)


RECORTES

Puestos a hacer recortes,
me voy a recortar la indiferencia,
el silencio, el descuido
y la ferocidad de mis rencores.

Recortaré distancias con los míos
y con los desdichados,
que a una simple ojeada,
resultan ser una visión obscena
para algún individuo de prosapia.

Quizá me negarán las becas de la vida
pues no siempre aprobé las disciplinas
y nunca pude conseguir matrículas.
No he sido buena alumna, lo confieso,
e incluso en algún curso
me olvidé de los libros
en el sótano de la desesperanza.

Por eso mismo también he recortado
las normas y patrones aprendidos
ya que cambian de plan frecuentemente
al caprichoso arbitrio
del mandamás de turno.

Y más que recortar,
hoy quiero derribar la mazmorra del ego
para diseminarme por el universo.





EL OTRO LADO

Abrochándome la nostalgia del alma,
me lancé en madrugada al bulevar de enero,
pasé por unas ruinas que me miraban ciegas
por los oscuros huecos de ventanas abiertas.

En la noche callada me crucé en mi camino
con una comitiva de difuntos antiguos
vestidos con jirones de brillantes centellas.
Bailaban cadenciosos sobre ajadas violetas
regadas al azar con lágrimas de deudos.

No temas ni nos sigas, me dijeron.
Sabrás que ya es la hora
cuando llegue el momento.
Ahora vuelve a tu mundo  
de inevitable olvido y piensa que despiertas.

No, no pude seguirlos
pues se desvanecieron
en el polvo dorado que anuncia la mañana.