Quiero compartir con vosotros la maravillosa presentación que hizo mi querido y admirado amigo Alfredo Cernuda de mi poemario "Pulsiones y Extravíos", incluida esa genial poesía hecha con los títulos de mis poemas. Gracias, Alfredo:

Pulsiones y Extravíos posee una bella edición, un tacto suave, un sentir agradable, es de esos libros… que sólo con mirarlos te llenan de sensaciones olvidadas en estos tiempos. Pero su mayor cualidad, no es la belleza exterior sino la interior. Esos poemas, y pensamientos o relatos cortos, en donde Luz derrama sinceridad, elegancia, imágenes, sueños. Una reflexión sobre quién es ella, sobre quiénes somos nosotros y todo lo que tenemos en común, porque desde un profundo humanismo, no sólo describe sus sentimientos, describe nuestros sentimientos, realiza un paisaje del alma utilizando la poesía como magia, a veces como vínculo que nos une, y otras como estado alterado de la conciencia.


Con una conseguida elaboración del lenguaje, Pulsiones y Extravíos es un poemario hondo, bien estructurado, con una arquitectura clara, diáfana. Un poemario que nos habla del amor en todas sus vertientes, del amor de madre, del amor al compañero, al prójimo, al padre, al de esa boca que se hizo labio en nuestra boca, a los pasos de la abuela cuando nos recuerda que su infancia es un aroma a churros y a domingo. En definitiva es el amor con mayúsculas porque lo contempla sin dramatismos exuberantes, sin permitir que las heridas de un adiós oculten la felicidad de los días compartidos. Realzando que lo más importante del amor es sentirlo a pesar de las consecuencias. En este punto me atrevería a decir que es una poesía existencial, una poesía vivida en cada una de sus palabras, que entiende los sentimientos como una filosofía que nos allana el camino, o nos enseña que el camino sólo es camino a pesar de sus problemas, pero que lo imprescindible viaja siempre dentro de nosotros.

Pulsiones y Extravíos tiene otra parte de denuncia, desde la defensa de la mujer a esas guerras silenciosas (y no tan silenciosas) que sangran el mundo hoy en día. Denuncia que nos muestra la injusticia, la barbarie, la crueldad. Pero lo sorprendente de esta denuncia, es que refleja un dolor sin victimismos. Al igual que en el amor Luz huye del drama, en el dolor huye del sacrificio, de sentirse o sentirnos mártires atormentados, y lo expone como testigo de los acontecimientos, como memoria necesaria que registra los sucesos para que nunca se olviden, y a ser posible, tampoco se repitan. 

Y para el final he dejado los poemas metafísicos, yo los llamo así, en cuanto que reflejan ese aspecto de la realidad inaccesible a la investigación científica. Kant calificó la metafísica de «necesidad inevitable». Schopenhauer incluso definió al ser humano como «animal metafísico». Luz, es metafísica pura. Por cualquier verso o renglón, nos muestra retazos de ese mundo intangible, invisible a la vista cegada por ambiciones y oropeles, ese mundo que quizá en algún tiempo fue real y lo hemos olvidado, o nos han obligado a olvidarlo. Ese mundo que nos acerca a los dioses, a sentir que nuestro corazón y nuestro cerebro, son capaces de realizar cosas inexplicables incluso para nosotros mismos.

En cualquiera de sus vertientes, la poesía de Luz no es conceptual, ya que la idea es tan importante como el resultado. Y esa idea y ese resultado, me llevan al principio de mi discurso y al resumen escueto que hice sobre que es para mí Pulsiones y Extravíos: Belleza. Seamos hedonistas y rodeemos de belleza nuestra vida, o al menos, nuestra biblioteca.

Y permitidme para acabar que realice un juego en honor a Luz. Los que tengáis el libro lo entenderéis, los que no, ¿A qué esperáis?

¿Quién soy yo? Preguntas sin respuesta. Al principio yo fui la voz, soledades, amnesia, el amor en la sombra. Inevitablemente, niña de luna, dejas en mi concienciaese beso no dado, deseos de ángeles, miradas. No sé por qué he venido. Te has colado en mis sueños la otra noche. Mi sombra ha salido en tu busca. Eva, la desconocida, mi infierno incongruente. No quiero el desierto gris, mujer, quisiera besos, tiernos ojos, conseguir lo imposible. El tiempo se pasó la existencia como un sueño sin patria, la tierra se deshace en alaridos, la luna miró al soslayo. Yo sé el secreto, el eterno retorno a San Juan de la Cruz. ¿Quién soy yo? Pulsiones y Extravíos: La poesía. 
PREGUNTAS



¿Es preciso que surja esa luz deslumbrante,
ignota y sin defecto,
para que se coordinen solas las palabras
y aparezcan los versos?

¿Es preciso que en un momento súbito
dejes de ser detritus desechable
y te conviertas en personaje alado,
sin final ni principio, para ver el misterio?

¿Es preciso abandonar tu anécdota,
la huella de tu historia,
tu identidad exigua,
para abarcar el mundo en un instante eterno?

Cuando lo he preguntado me ha cercado el silencio.
O más bien “yo, yo, yo”, han gritado mil bocas,
“yo puedo contestarte, la verdad es la mía”.

Las respuestas no sirven.
Prefiero las preguntas.
Que conteste el misterio.
MADRE




Hoy quiero comentarte, madre,
algo que nunca me atreví a decirte:
que sé que mi presencia condicionó tu vida,
que fui ignorante, madre,
desde el olvido al que siempre somete el nacimiento.

Tú y yo pactamos, madre, no sé dónde ni cuándo
un contrato sagrado.
Incluía mil trances y problemas,
que el tiempo sepultó con esferas opacas,
dejándonos a ambas perdidas y sin rumbo.
El tic tac de las horas acalló nuestro fiat
y lo dejó enterrado en la secreta cripta de la vida,
que transcurrió ofuscada, ambigua, temblorosa, carente de sentido.

Ahora, día tras día, madre,
regreso y me aproximo de nuevo a tus entrañas.
Es el proceso lógico para volver a ser
un corpúsculo ignoto,
perdido en el marasmo del magma trascendente
que rige la imparable existencia.






EL MIRLO BLANCO







El mirlo blanco apareció una tarde en el jardín,
absorto,
admirado al trasluz de su propio plumaje.

En un revoloteo alborozado,

se fundió con la luz del ocaso.




Abúlicos, hundidos en su negra indiferencia,

desmenuzando lombrices y orugas,

quedaron sus hermanos.

Los oscuros.











LA CIGÜEÑA


Al poco de casarse, mi tía engordó mucho. Tenía una barriga gigantesca y cuando yo preguntaba el porqué de aquel cambio, me decían que iba a venir la cigüeña a traer un niño. No entendía muy bien la relación entre su deformidad y la visita de aquel pájaro. Y tampoco cómo la cigüeña traía a un niño por los aires ni de dónde. Pero la tía me lo explicó todo como un cuento que parecía bastante claro. En París había una fábrica de niños. Cuando una pareja se casaba, escribían una carta a aquel sitio y al cabo de algún tiempo les mandaban un niño con uno de sus carteros, que por lo visto eran todos cigüeñas. A medida que se acercaba la fecha, mi curiosidad aumentaba. No estaba dispuesta a perderme el espectáculo de la llegada de mi primo y asaetaba con preguntas a la tía y a mi abuela, que se pasaban el día tejiendo botitas y jerséis diminutos.


-Tendréis que dejar abierta la ventana para que entre la cigüeña – les decía yo intentando tenerlo todo previsto. Luego me asaltaban las dudas –. Y si viene de noche y no os enteráis, ¿se quedará en la calle con el niño hasta por la mañana?

-Llamará a la ventana con el pico – contestaba la tía con una sonrisa.


-¿Cómo lo trae sujeto?


-En un hatillo – contestaba la abuela sin dejar de hacer punto.


-¿Y si se le cae por el camino?


-A las cigüeñas nunca se les caen los niños – era la respuesta contundente.

La tía ya no me prestaba tanta atención. No quería tirarse al suelo por debajo de la mesa camilla ni perseguirme por el pasillo para jugar al escondite. Se pasaba el día quejándose de lo mal que hacía las digestiones y cosas por el estilo, a lo que yo le recomendaba que no comiese tanto porque eso era lo que la hacía engordar y le estropeaba el estómago. Una tarde, sólo por gastar una broma, retiré la silla en la que iba a sentarse y la tía cayó al suelo como una especie de bomba. Pensé que a la abuela y a mi madre les haría gracia, pero me equivoqué, porque acudieron a atender a la accidentada que se había quedado boca arriba en el suelo como una tortuga enorme, agitando las piernas y sin poderse levantar. Luego las tres arremetieron contra mí y acompañaron a la cama a mi voluminosa tía, que no paraba de quejarse y lloriquear.

Una mañana, mi madre me llevó a casa de la abuela y encontramos a la tía acostada como si estuviese enferma. Tenía un aspecto cansado, pero sonreía feliz. A su lado, un niño pequeño y colorado, con las manos fuertemente cerradas bajo la barbilla, hacía gestos extraños y emitía vagidos débiles e incomprensibles. Apenas tenía pelo y la frente se prolongaba de modo poco natural en un cráneo estirado. Me pareció la cosa más fea que había visto hasta entonces, y estaba a punto de manifestarlo cuando dijo la tía:

-¿Lo ves? Ya ha venido la cigüeña.

-¿Y ha dejado “eso”? – pregunté yo con asombro.

Las tres mujeres se echaron a reír. Debían de estar disimulando su desilusión, porque aquel niño no me parecía cosa de risa.

-Ya verás lo guapo que se pone – dijo la tía con una seguridad que me sorprendió aún más. No parecía que “aquello” tuviese la más mínima oportunidad de mejorar.




-¿Por qué no me habéis avisado? – pregunté molesta –. Quería ver a la cigüeña.


-Vino muy deprisa y se fue enseguida. No dio tiempo – contestó la abuela.

-¿Y por qué estás en la cama? – no entendía muchas de las cosas que allí sucedían.

La tía volvió a sonreír y suspiró.

-La cigüeña ha sido muy mala, me ha picado por todas partes y me ha hecho daño.

-¿Te ha hecho sangre?

-Sí. No quería dejar al niño y tuve que luchar con ella.

Moví la cabeza, hecha un lío, y volví a mirar a aquella criatura tan fea. No podía entender que alguien se pusiese en peligro para quedarse con un ser semejante. Luego cogí una de sus manitas. Tenía los nudillos blancos de tanto apretar. Se la abrí, comprobando que no sujetaba nada. La palma de la mano estaba arrugada y reseca.


-Devuélvelo a París - concluí -. Te han mandado el más feo.
GENUFLEXAS







Genuflexas ante al altar mayor,
estáticas, sombrías, son atrezzo de iglesia,
ninguna tiene edad
o tiene los mil años
de una comparsería femenil y precisa.

Idólatras de imágenes con caras de muñeca,
propietarias de exvotos, 
fervorosas de vírgenes y santos,
costureras de túnicas y hábitos,
fanáticas de cruces y de muerte,
esperan lo imposible:
reconocerse en una infinitud homogénea.
Idéntica. 













Límites



(Juan Gelman)



¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,

hasta aquí el agua? 

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire, 
hasta aquí el fuego? 

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor, 
hasta aquí el odio? 

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre, 
hasta aquí no? 

Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. 
Sangran.