GRITAN MI NOMBRE



Gritan mi nombre a veces
espíritus ocultos en la naturaleza.
Juegan a enmascararse
en el travieso trino de algún pájaro
o me hacen cucamonas
desde multicolores arco iris.

A veces me acarician
con los labios del aire,
y revuelve mi pelo
su caricia nostálgica.
Hay noches que susurran
cantos de melancólicas sirenas.
Ven con nosotros, dicen,
igual que le cantaban a Odiseo.

A todos los conozco,
aunque se me extravíe su rostro
en la memoria,
aunque en fotos antiguas
se esfume amarillento su recuerdo.
Caminan a mi lado,
agrupados, solícitos,
o aguardan al final de mi viaje.

Forman parte de mí,
de mi sangre y mis células,
de la fibra neural de mi cerebro
e inevitablemente han gestado mi historia.


ME GESTARON REBELDE




Me gestaron rebelde
como esas margaritas que crecen entre cactus,
como la luna llena
que brilla entre las nubes que amenazan tormenta,
como los labios dulces
que roban unos besos que nunca serán suyos.

Me gestaron rebelde,
se saltaron las leyes de antiguos patriarcas.
Pusieron en mis venas
un germen de justicia roja como la sangre,
e inevitablemente me incliné por aquellos
caídos en el barro del olvido.

Me gestaron rebelde
porque no había hueco en la obediencia,
no había más que un gen de desacato
y ojos que divisaban la miseria.

Me gestaron rebelde
y separé del oro la ceniza
de los infortunados que abrasó la codicia.
No tengo ningún mérito,
así es cómo crecí en el vientre materno.

Boga contra corriente y remonta las olas
mi barca quebradiza.
Las protestas se agolpan en mi boca
ante tanta ignominia
y atado a mi cintura

llevo el blanco fajín de la denuncia.



AQUELLOS NIÑOS VESTIDOS DE LIMOSNAS

Recuerdo a aquellos niños vestidos de limosnas,
recorriendo descalzos el barro maloliente de las calles.
Una vieja chaqueta, ajustada con cuerdas,
cubría a duras penas en diciembre
sus miembros ateridos.

Niñas uniformadas pulcramente
acudían a darles inútiles viandas:
Medio litro de aceite, un kilo de garbanzos,
un poco de tocino duro como el cemento.

Y las madres besaban las manos de las monjas,
repitiendo mil gracias,
y los niños vestidos de limosnas
las miraban muy serios a lo lejos
como a seres venidos de otros mundos
turbios y amenazantes.

Era por Nochebuena, dádiva puntual y degradante.
Dios nace para todos, decían las monjitas
y los niños vestidos de limosnas
rehuían caricias y llamadas.

Pero Dios no nacía para todos,
pues los niños vestidos de limosnas
no veían la luz desde chozas inmundas,
pavimentadas de penuria y de hambre.

Hoy, niños como aquéllos
computan el total de los tantos por ciento
de los abandonados de justicia y fortuna.
Para la gente de orden son tan sólo un guarismo
sin rostro,
sin esencia,
sin valor y sin alma.
Un muro se levanta entre ellos y nosotros,
nos oculta sus lágrimas
y sus cuerpos escuálidos
apenas protegidos por piadosas limosnas.
EL CAMINO


Sus diminutos pies medían paso a paso
el camino más largo.
En sus ojos la infinita esperanza de un futuro,
en sus manos un cabás de cartón
con dibujos de flores.
Soñaba con un gato gigantesco
de sangrantes pezuñas y dientes desmedidos,
que tragaba deseos.
Mas al llegar el día volvía la promesa
de aventuras sin cuento
y recorría la senda esperando encontrar
a algún hada benéfica.

Han pasado los años y sigue en el camino
cubierto por la alfombra dorada del otoño.
En el viejo cabás se apiñan las historias:
risas, besos y lágrimas,
ensueños, despedidas,
tragicomedias quizá sobreactuadas
y relatos de amor sin perdices al término.

No aparecen las hadas
y han huido los gatos, que en tramos del trayecto

trasegaron deseos.
La niña la conduce, aferrada a su mano.
Mantiene la sorpresa en sus párvulos ojos 

y le muestra la rosa de los vientos



¿QUIÉN ME SUEÑA?



¿Quién me sueña en esta fantasía sin sentido?
¿Quién es mi soñador indiferente
que gusta de inventar rutas y desvaríos?
Paréceme durmiente perezoso, cautivo de sí mismo.

Reúne en una vida amores imposibles,
odiosas despedidas,
esperanzas esquivas
y temores de puertas que se abren de golpe,
mostrando la figura de un payaso bromista.

A veces me parece que los sueños son míos.
Sólo a veces.
Porque no reconozco rostros ni circunstancias
y hasta mis propios actos se me antojan atípicos.

¡Despierta ya, autor de disparates,
aunque desaparezca en tu vigilia
mi identidad evanescente, estéril!
¡Sal de tu pesadilla y fúndete conmigo!
¡Despójame de trajes inventados!
¡Déjame disfrutar de una nada radiante y cristalina!






EL OLVIDO

Muero con los que mueren
y nazco cada día en un nuevo vagido.
No tengo nombre ni pertenezco a nadie
y cuando me refugie en la cueva
del tiempo quizá ni yo recuerde
que he existido.

Tan frágil la memoria,
tan rápido el olvido.


A UNA AMIGA




Dejó su vocación en la trastienda
para servirle el triunfo tan esquivo
en bandeja de plata.
Soportó sus desdenes y traiciones
y le ofreció su vida mansamente
como el sembrado que se entrega al agua.

Y al llegar el adiós inevitable
se sometió paciente a los suplicios
quirúrgicos y químicos,
porque dejarle solo, me decía,
será su fin seguro.

Se sentía atrapada en su cuerpo,
tenía que marcharse,
sólo le sujetaba su custodia.
No puedo abandonarle, me decía,
no es capaz de vivir sin nadie que lo cuide.

Y un día, ya cansada, me confesó muy quedo,
sintiéndose culpable:
ha llegado la hora de partir,
no habrá más tratamientos ni remedios
que me aten a este mundo.
Cuidad de él los amigos,
yo ya he hecho bastante.

Y se apagó deprisa, dulcemente,
dejando tras de sí un rastro perfumado
de devoción y amor inigualables.