LA ETERNIDAD


Cuando la eternidad se vuelca en un instante
mana el perdón desde los manantiales
y vuelan por el aire sonrisas infantiles.

Cuando la eternidad se vuelca en un instante
los almendros palidecen de envidia,
la lluvia de verano suena a Tocata y Fuga
y vuelve a florecer el rosal moribundo.

Cuando la eternidad se vuelca en un instante
la luz llena tus ojos de pureza
y el silencio de la nieve te envuelve.

Cuando la eternidad se vuelca en un instante
se abren de par en par las puertas de tu casa,
salen a recibirte los arcángeles

y te ciñen los brazos de tu amante.

VERSÍCULOS DEL GÉNESIS

(José Manuel Caballero Bonald)




Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.

Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.

Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.

Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.

(De "Las adivinaciones", 1952)
RENACIMIENTO


Todo está consumado, resonó en el espacio,
y como a vuelapluma en un último instante
intentó transcribir un pasado olvidado.
Y así sencillamente, paso a paso,
fue inventando su vida de recuerdo en recuerdo.

Recordó que había amado
y que en algún momento no fingió la alegría.
Borró su cobardía y su pereza,
maldijo como entonces las ausencias,
culpó a la mala suerte un sin fin de tropiezos
y al desamor de aquél su desengaño.

Se dispuso a marchar
sin deudas que saldar ni expresas despedidas.
Se fue calladamente, sin miedo o sobresalto,
ansiando descubrir qué había al otro lado.
Y como un neonato, con los ojos abiertos,

supo que era preciso comenzar otra vez.

Desde el principio.
ELLOS


Pasaron por mi vida y tras de ellos
ha quedado una estela de silencio,
como si los hubiera imaginado
o un dios de poca monta
no consiguiera hacerlos perdurables.

Pero hay días en que el ruido
se impone y los olvido,
y otros los llamo a gritos
y sólo me contesta el eco exasperante.

Estúpido propósito es el de mi llamada
pues sé que van conmigo,
que son los que conforman 

fibra a fibra mi alma.
LECCIONES DE VIDA




 Me adiestraron para ocultar el llanto,
y me perdí a mí misma en el intento.
Me enseñaron a enfrentar el peligro
y a medir con cautela mis afectos.

Me dijeron que hay que adelantarse
y a tu adversario golpear primero,
que el que confía suele perder siempre
pues el mundo se ríe del ingenuo.

Me elevaron encima de una torre
sin protección alguna o parapeto.
Me desearon fuerte y me hicieron endeble,
y me advirtieron que no creyera en sueños.

Fíate sólo de tus cinco sentidos,
ya entenderás de adulta, me dijeron.

Me mostraron caminos sin tropiezos
y recorrí una senda sin arrimo.
Me llenaron de códigos y dogmas
que no admitían más planteamientos,
y yo abracé la duda como forma de vida.
No me otorgó otra arma el intelecto.

   


EL BESO



Fue un beso nada más y nada menos,


repleto de promesas en silencio.


Un beso que fue puerta de otras vidas,

que inauguró mil posibilidades 

y selló los acuerdos y alianzas

sin límites ni firmas de por medio.


Un beso, una caricia inesperada,

que derritió la escarcha de las fuentes

y fue la primavera en pleno invierno.



Un beso nada más

y ahí, en la comisura de tus labios,

se paró el universo.

DE PELÍCULA


Yo no sé si es verdad lo que me muestran
o me paso la vida viendo cine.
Películas de acción en las que siempre gana
un hombre blanco y bien alimentado.

Los malos son oscuros, violentos,
comidos de piojos,
insensibles al frío y a la muerte.
Ejércitos de andrajos
que hollan nuestras hermosas avenidas
y adoran a algún dios poco fiable.

Los buenos, sin embargo, matan presto,
a pesar suyo, con delicadeza,
como manda su dios, igual de santo y blanco,
y sólo invaden y arrollan al contrario
para favorecerle y auxiliarle.

¿Quién filma la película
que pasa ante mis ojos?  
¿Quién es el aburrido guionista
que se plagia a sí mismo
y repite la historia?

Sólo mudan los nombres, los ropajes,
pelucas empolvadas o cortes a cepillo,
calesas, diligencias o naves espaciales,
flechas, dagas, obuses o bombas incendiarias,
pero el rumbo es idéntico e igual su desenlace.


  • ¿No hay nadie en este mundo que se atreva

  • a cambiar la tediosa cartelera?
DELIRIOS


No sé si eres tú mismo
o mis ansias de amor te han dado una apariencia.
No sé si aquellos besos fueron ciertos
o fue sólo un resquicio abierto al paraíso.

Ahora, pasado el tiempo, dudo de tu existencia,
más tu calor perdura entre mis labios
y tus lágrimas mojan mis mejillas
y gota a gota deshacen la corteza de mi alma.

Y quedo como el olmo,
cuando pierde sus hojas en otoño,
desnuda y a merced de las tormentas.
Tiemblo de pesadumbre aferrada al recuerdo.
Y mi boca te llama sin un ruido,
y mis brazos te estrechan y abarcan dimensiones
de un espacio sin límites.








    EL ENAMORADO


    Jorge Luís Borges


      Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
      lámparas y la línea de Durero,
      las nueve cifras y el cambiante cero,
      debo fingir que existen esas cosas.
      Debo fingir que en el pasado fueron
      Persépolis y Roma y que una arena
      sutil midió la suerte de la almena
      que los siglos de hierro deshicieron.
      Debo fingir las armas y la pira
      de la epopeya y los pesados mares
      que roen de la tierra los pilares.
      Debo fingir que hay otros. Es mentira.
      Sólo tú eres. Tú, mi desventura
      y mi ventura, inagotable y pura.









 DIAS DE CENIZA



Madrid 1912

I


            -Valiente idiota, mira que no querer ir a La Bombilla.
-He estado pelando patatas. Tengo las manos muy ásperas.
-Lo que hay que oír. La señorita del pan pringao. Como si fueras a encontrar en la quermés a un pollo con dinero. Allí va gente de alpargatas. Como tú y como yo. ¿No eres hija de un jornalero? ¡Pues eso! Da igual que le eches alfileres al Santo cada año. El Santo no proporciona un buen partido. Si acaso un albañil con mono y apestando a sudor. Si ya lo dice madre. Que no puede ser bueno leer todo el tiempo esas novelas de amores. Ahí las modistillas se casan con señoritos. Pero claro, eso solo pasa en los libros que escribe ese “Caballero Audaz”. Que además no cuenta más que cochinadas. Sí, ya sé que yo no he leído nada de eso porque no sé leer. ¡Ni falta que me hace! Anda que si padre se entera… Menos mal que está en el pueblo. Te iba a dar un buen soplamocos. Lo que pasa es que me tienes envidia. Al fin y al cabo yo tengo al Toño.
            -Que está casado. Y eso tampoco lo sabe padre.
            Boni frunció los labios y no contestó. Taladró con una mirada a Juana sin que ésta se diera por aludida. Estaba demasiado ocupada en pegar una pieza a una sábana amarillenta, sentada junto a la ventana, a la luz de los últimos rayos de sol. Se hizo el silencio entre las dos jóvenes. Boni, menuda, graciosa, no exactamente guapa, pero con un bonito cabello castaño y unos ojos oscuros y maliciosos, pendientes de cada detalle. Juana, esbelta, de ancha frente y facciones correctas, ensimismada en su labor de costura, soñando como siempre con un vuelco en el destino.
            Él era un señor. Tenía su imagen grabada en el recuerdo: la piel muy blanca, casi transparente, y el pelo trigueño con entradas. Llevaba chalina, camisa blanca de seda y botines de piel de cabritilla. Eso no lo había imaginado. Lo vio una vez entrando en un portal de la calle Alcalá al dirigirse a los almacenes en los que ella limpiaba por las tardes. Uno de esos portales con columnas, vigilado por un portero vestido de mariscal. Como esos personajes que salían en “El Mundo Gráfico”, acompañando a los ministros o al rey. Bueno, igual quizá no, pero tan imponente como ellos. Se la quedó mirando sonriente. Le sonrió, sí, eso tampoco lo había imaginado. Y sus ojos azules chispearon pícaros y se llevó la mano a la sien haciéndole un saludo militar. Juana enrojeció y tembló de pies a cabeza, luego miró a su alrededor, porque a lo mejor se había equivocado, porque quizá el saludo era para una de esas señoritas vestidas de encajes, que paseaban bajo sombrillas multicolores para resguardar su cutis del sol. Pero en aquella calurosa tarde de verano no había nadie en la calle. Solo ella y... él. Tan alto, tan rubio, tan elegante. Y el tiempo debió de refugiarse en los árboles del Retiro, porque allí, entre los dos, se instaló por un momento la eternidad. Un momento, sí, porque el hechizo fue roto enseguida por la voz del portero: “Buenas tardes, señor Castiella”.
            Señor Castiella…
Y ella huyó a la carrera, reparando de pronto en su miserable atuendo: la falda de percal, el delantal y las zapatillas. Pero todas las tardes pasaba por delante de aquel portal, ralentizando el paso, a la espera de verlo. A veces, incluso se ponía el vestido que le había hecho Boni para la fiesta del pueblo y unas flores en el pelo. Luego se reían de ella las compañeras en el trabajo: “Hija, ¡cómo vienes! ¿Te has puesto de tiros largos para fregar?”
Tenían razón. Valiente tonta. Todo era tan inútil. Porque no había vuelto a encontrarse con él. ¿Lo habría soñado?
No le había dicho ni una palabra a Boni de aquello. ¿Para qué? Ella no iba a poder entenderla. Nada más instalarse en Madrid, hacía ya seis años, Juana tuvo las fiebres tifoideas y, cuando las superó, le contó a su hermana una visión que había tenido. Y aquel sueño fue el principio de algo. El principio de todo. Ausente de la realidad, abismada en la calentura, contemplaba a don José Canalejas, el presidente del consejo de ministros, de pie, ante una librería de la Puerta del Sol. Un hombre se le acercaba por detrás, le disparaba en la cabeza y el insigne personaje – reproducida su imagen a diario en periódicos y revistas de actualidad – caía muerto dejando un reguero de sangre en la acera. Boni se rió como una tonta.
-Has estado a la muerte - dijo - y una persona en ese trance está muy cerca del infierno y ve demonios y cosas que no existen. La madre de una compañera mía del taller vio a Satanás cuando tuvo la viruela. Alucinaciones. Así es como lo llaman.
No tardó mucho en saber que aquello no había sido una alucinación, pero entonces no discutió con su hermana y tampoco le dijo nada cuando se enredó con el Toño. Era un guapo mozo, pintor de brocha gorda. Vivía en una buhardilla cercana al Manzanares con dos compañeros del tajo. Boni lo había conocido en el baile de “La Bombilla”. Durante meses solo habló de “su Toño”, hasta lo llevó al pueblo para que lo conocieran los padres. Los fines de semana cosía un traje negro muy elegante para su boda. Juana le preguntaba:
-¿Seguro que quiere casarse contigo?”
Y ella:
-¡Claro que quiere!
-¿Te lo ha pedido?
-Aún no, pero prefiero tenerlo todo preparado.
-¿Y no sería mejor…? – empezaba Juana temerosa.
-¡Ay, no seas cenizo! Me lo va a pedir.
Boni terminó el traje. Tenía una pechera blanca con jaretas y los bordes de la falda festoneados. Estaba muy guapa. Lo guardó en el armario envuelto en un papel de seda y se pasaba el día cantando. Mientras cocinaba, mientras tendía la ropa en el patio. Como si el gozo le subiera a oleadas del estómago a la boca en forma de jota: “Huertanita de mi vida, mira si yo te querré que aunque te cases con otro yo jamás te olvidaré.” Y las vecinas le jaleaban al terminar: “¡Olé tu madre, Boni, qué buena garganta tienes!”. Porque Boni cantaba muy bien. Le había cortado las uñas de chiquita una mujer que estaba en el coro de la iglesia y parece que ese era un método infalible para que una criatura tuviera buena voz.
            Pero pasaron los días, los meses, y Toño no hablaba de boda. En cuanto Boni tenía un momento libre se iba con él. Incluso acudía a ver cómo trabajaba en unas obras del matadero. Le llevaba una tartera con la comida, o se quedaba muy quieta, mirándolo de lejos sin que él lo advirtiera, diciéndose por lo bajito que era una mujer afortunada. Había noches en que dormían juntos en la buhardilla a pesar de las advertencias recelosas de su hermana, a la que no gustaba nada aquel asunto.
            -Cuando un hombre consigue a una mujer, pierde el interés – decía Juana - ¿No recuerdas que lo decía don Pablo en la misa?
            -¡Don Pablo es un cura! – contestaba Boni con un gesto de desprecio -. ¿Con cuántas mujeres ha dormido él?
            Un día llegó a casa hecha un mar de lágrimas. A pesar de las preguntas intranquilas de Juana, Boni no fue capaz de hablar en mucho rato, y cuando lo hizo fue entre hipos y gemidos. El Toño estaba casado. Se lo había ocultado por miedo a su reacción y, aunque no pudiese ser su esposa, él quería que viviesen juntos. No tenía hijos y decía que iba a abandonar a su mujer, que era una bruja y estaba acabando con su juventud. Cuando la joven al fin se calmó, las dos hermanas estuvieron mucho tiempo en silencio. Luego Boni se levantó y sacó el traje de novia del armario. Lo extendió sobre la cama y acarició la tela con mimo. Resbalaban las lágrimas por sus mejillas, pero ya no había sollozos ni ruido. Su llanto inconsolable contagió a Juana y se abrazaron las dos mezclando angustia y suspiros.
            Boni le había dicho al Toño que no quería volver a verlo.
Por la noche permanecía despierta, en silencio, fijos sus ojos en los desconchones del techo. Procuraba no hacer ningún ruido, empapando la almohada con sus lágrimas, para no despertar a Juana que dormía a su lado. Y por la mañana acudía a trabajar como sonámbula, cercados sus ojos por unas sombras amoratadas que le hacían parecer veinte años más vieja. Y cada día, al salir del taller de costura en el que trabajaba, lo veía en la acera de enfrente. Tampoco él tenía buena cara y su expresión era suplicante, sombría. Pero no se acercaba, como si su mentira le hiciese indigno de ella, como si el hecho de estar casado lo convirtiese en un ser de otra especie, sin acceso posible al mundo de las gentes de bien. 
Sin embargo al cabo de un mes él cruzó la calle. La Pepi, le dijo: “Ahí lo tienes, Boni. Está en el portal.” Ella estuvo a punto de subir otra vez, pero la señora Pura, que había cerrado ya el taller, bajaba con las chicas tras ella. Además anochecía, y él parecía más fuerte y más alto que nunca, y ella necesitaba sus caricias, y estaba tan cerca que…
Quedó quieta en el rellano, mientras las modistillas lanzaban risitas ahogadas y le daban codazos al pasar. La señora Pura le susurró: “A por él, Boni”. Luego todas se fueron y quedaron solos frente a frente. Apenas separados por seis escalones. Subió él. Y la cogió en sus brazos, cargando con ella como con una pluma. Ascendió a zancadas por las escaleras, sin soltarla, hasta el último piso, y abrió la puerta de la azotea de una patada. Luego la tendió delicadamente en el suelo bajo las sábanas que colgaban de las cuerdas y ondeaban como banderas de paz. Y ella se dejó hacer preguntándose cómo había podido vivir todo un mes sin aspirar su aliento. Y se dijo: “¡Qué coña! Es mi hombre”. Y fue ella quien empezó a quitarle la ropa y a besarle cada centímetro de piel. Era su hombre, sí, y daba igual que estuviera casado, viudo o que fuera cura. Era suyo y nada ni nadie los separaría. Se subió a horcajadas sobre él y cabalgó entre nubes, lanzando gritos de gozo. Él dijo: “Te va a oír el vecindario”. Pero a ella no le importó. Estaba convencida de que los únicos testigos de su amor eran las estrellas.
Boni se trasladó con el Toño a una casita baja del barrio de la Latina en los primeros días de un agosto sofocante. Cargó con un par de fardos que contenían su ropa y una mantelería que había bordado para aquella boda que ya nunca se realizaría.
-Me da igual que esté casado – había dicho Boni –. Un papel no hace más decente el cariño.
Y Juana, a quien estaba dedicada la frase, no dijo nada. Porque aunque aquel arreglo le pareciera bastante irregular, había tal seguridad en el tono de su hermana, que llegó a dudar de las normas impuestas, de la legalidad existente y hasta de los sermones de don Pablo. A sus padres no les dijeron nada. Al fin y al cabo ellos seguían en el pueblo. Solo habían venido en una ocasión a Madrid y el señor Eliseo, el padre, se juró a sí mismo frente a un puesto de churros, en plena verbena de la Paloma, que no volvería nunca a aquel pueblo de locos. Que prefería su casa, sus gallinas, su perro, y los atardeceres de Jaramillo, el pueblo de la sierra de la Demanda que le había visto nacer y que no podía compararse con nada.
Claro que los problemas no terminaron ahí. Juana tuvo que buscar una casa que limpiar por las mañanas, porque el sueldo de los almacenes no cubría sus gastos ahora que Boni se había marchado y tenía que pagar ella sola la habitación de la pensión. Su hermana le insistía: “Vente a vivir a nuestra casa”, pero eso a Juana no le parecía nada correcto. Aunque algunas noches se sentía tan sola y tan cansada, que se hubiera lanzado a la calle en plena noche para buscar refugio en el hogar de Boni. Y se dormía llorando y rezando a San Antonio para que apareciera un buen hombre que la rescatara de la miseria. Y sin pretenderlo siquiera, volvía a su mente la imagen de aquél al que no había vuelto a ver. El señor Castiella…

Y entonces, un oscuro individuo llamado Manuel Pardiñas asesinó a Canalejas, ejecutando paso a paso su sueño.

SE CUMPLE EL TIEMPO




Se cumple el tiempo,
un factor fugitivo, inaccesible,
y por dentro la vida está parada
en un instante eterno.

Se cumple el tiempo
y todo se amontona en el recuerdo.
Aquellos tantum ergo
y los airados ecos de protestas,
 los delirios, las risas, los asombros,
los llantos sin consuelo.
Mil y una situaciones
desde mi nacimiento.

Se cumple el tiempo
y quedo confundida al percibir
un totum revolutum sin orden ni concierto.
Desde el beso primero en un paseo
hasta aquel de tu adiós ilusionado
porque ibas a su encuentro.

Se cumple el tiempo.
 ¿Acaso lo he vivido?
¿Poseo una verdad, un espacio objetivo,
o es tan sólo un engaño lo que veo?

Se cumple el tiempo
y antes de disolverme como estela
 en el agua, mantengo soliloquios
de esos que borra el viento.